Por Ricardo López Göttig
La izquierda europea, sin rumbo ni horizonte, buscó crear una nueva agenda a las apuradas en los últimos decenios. Algunas consignas clásicas permanecen, como la culpabilización a la economía de mercado, la burguesía y, cómo no podía ser de otra manera, a los Estados Unidos. Y también al Estado de Israel, transformando al discurso antisionista en la corrección política, con muy pocas voces dispuestas a rebatir sus falacias. De ese experimento nació Podemos, liderado por Pablo Iglesias.
Pedro Sánchez, líder del PSOE (Partido Socialista Obrero Español), obtuvo la primera minoría del parlamento español en los recientes comicios generales del 10 de noviembre. De inmediato, y pasando por encima de la figura del Rey Felipe VI, se apresuró en sellar un acuerdo de coalición con Unidas Podemos, esa fusión de Podemos y la Izquierda Unida que sostiene un populismo de izquierda que se nutre de un marxismo muy generalista, pero que más que nada tiene el apoyo del chavismo y de la Venezuela de Nicolás Maduro, así como de vínculos con la República Islámica de Irán. Pablo Iglesias, el líder de Podemos, tuvo un programa de televisión en Hispan TV, la señal iraní, y por ello cobró emolumentos durante dos años.
A Pablo Iglesias se le ha ofrecido la vicepresidencia primera del gobierno español, y su formación política ocupará algunos ministerios en este esquema de coalición. Es decir que España, un país miembro de la OTAN y de la Unión Europea, tendrá en su gobierno a un aliado y vocero de regímenes autoritarios, enemigos declarados de la democracia liberal.
Y Sánchez abrió una Caja de Pandora de consecuencias imprevisibles, puesto que sin siquiera considerar la posibilidad de una coalición con los partidos constitucionalistas -Partido Popular y Ciudadanos-, comenzó a enredarse en una telaraña de acuerdos que lo llevarán a pactar con partidos separatistas, que pugnan por el despedazamiento de España en micropaíses irrelevantes. Estos movimientos no fortalecen a los partidos constitucionalistas de la oposición, sino a Vox, expresión del viejo nacionalismo español, que mira más al pasado de Franco que a un porvenir de mayor integración al mundo y a Europa.
En tiempos en que Iberoamérica entró en un tiempo de convulsiones en Venezuela, Bolivia, Ecuador y Chile, también España abre sus compuertas a un juego peligroso, de la que puede salir maltrecha al abrazar al populismo.
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