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Tormenta en Kirguistán

Por Ricardo López Göttig


Kirguistán, una de las repúblicas del centro de Asia que obtuvieron la plena independencia tras la desaparición de la URSS en 1991, se encuentra envuelta una tormenta política de gran violencia desde hace una semana. El pasado domingo 4 de octubre, se celebraron comicios legislativos en ese país y sólo cuatro partidos políticos lograron sobrepasar el umbral del 7% de los sufragios, para obtener bancas en el parlamento. Los partidos políticos que más sufragios obtuvieron, de acuerdo a lo entonces informado por las autoridades electorales, eran los próximos al presidente Zheembékov. El lunes siguiente, las elecciones fueron cuestionadas como fraudulentas por once de los dieciséis partidos que participaron en esa lid, y cientos de manifestantes se lanzaron a las calles de Bishkek, la capital, para mostrar su oposición. No sólo eso: ocuparon la Casa Blanca -sede gubernamental y legislativa- provocando grandes destrozos, así como liberaron a políticos que estaban detenidos, bajo proceso por casos de corrupción, entre ellos al ex presidente Almazbek Atambaiev. Grupos de manifestantes o de delincuentes, atacaron comercios de la capital y esto llevó a que muchos propietarios se organizaran para detener con sus propias armas a los atacantes.

Kirguistán es, en el contexto centroasiático, el único que puede ser considerado como una democracia, aun con sus grandes falencias. Los analistas coinciden en señalar que el conflicto tiene raíces estrictamente locales, descartando la influencia rusa, china u occidental. No obstante, los acontecimientos anárquicos de esta semana en Bishkek han generado la preocupación de los presidentes Vladímir Putin y Alexander Lukashenko, ya que el segundo se halla cuestionado en su legitimidad para el sexto mandato consecutivo, tras elecciones marcadas por el fraude. 

Lo cierto es que el presidente Soorontai Zheembékov, de Kirguistán, si bien ha expresado estar controlando la situación y ha prometido desplegar tropas en las calles de Bishkek el viernes 9 de octubre, tras declarar a la capital en estado de emergencia. Pero hay una gran confusión sobre quién es primer ministro, ya que una porción de los parlamentarios se reunió en un hotel de la capital, para proclamar un nuevo jefe de gobierno, Sadyr Zhaparov, otro político que estaba cumpliendo desde 2017 una sentencia de once años y medio de prisión, por haber secuestrado un gobernador en 2013. Para agravar aún más la situación, el ex presidente Atambaiev ha denunciado un ataque en su contra, alegando que fue un intento de homicidio. Zhaparov ha afirmado que se trató de un autoatentado, y que los disparos fueron realizados por uno de los guardaespaldas del ex presidente. Es muy probable que, en medio de la demanda legítima de indignación por un proceso electoral viciado por la compra de votos y la corrupción, se hayan movilizado grupos mafiosos y violentos que actúan bajo las órdenes de los políticos que estaban detenidos por delitos de años anteriores.

El Parlamento ha votado por Sadyr Zhaparov como nuevo primer ministro, y el presidente Zheembékov habrá de renunciar en cuanto esté conformado el nuevo gabinete de ministros. En consecuencia, el nuevo jefe de gobierno habrá de actuar como presidente provisional, hasta el nombramiento de un nuevo primer magistrado. 

El domingo 11 de octubre, se celebran comicios de renovación presidencial en Tadjikistán, país vecino que es dominado con puño de hierro por parte de Emomali Rahmon, en el poder ininterrumpidamente desde 1992. Es uno de los tantos miembros de la antigua nomenklatura soviética que supo transformarse en uno de los hombres fuertes de Asia Central, impidiendo la evolución democrática y constitucional de su país. A diferencia de Kirguistán, en Tadjikistán el régimen tiene pleno control de la situación, aunque no se puede descartar el efecto dominó que puedan tener los acontecimientos en Bishkek. De hecho, los medios de los países circundantes presentan a Kirguistán como la contratacara de la "estabilidad" que impera en el resto de la región. 

Kirguistán limita, además, con la República Popular China, más precisamente con la región del Xinjiang, actualmente bajo la lupa por la represión a los uigures y la instalación de campos de "reeducación", tal como existieron en la etapa maoísta y que recuerdan al Gulag soviético. 

El espacio geográfico post-soviético y el área de influencia rusa se encuentra convulsionado: Bielorrusia, Kirguistán, y Armenia y Azerbaiyán llegando a un nuevo cese de fuego por la región de Nagorno-Karabaj. Lejos de ser un área pacífica, las tormentas recorren esta región que esconden una calma tensa.

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