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La invasión a Ucrania

Por Ricardo López Göttig


El 24 de febrero de 2022 comenzó la invasión rusa a Ucrania, a casi ocho años de la anexión de la Península de Crimea y la creación en abril de 2014 de dos "repúblicas populares" separatistas pro rusas en las regiones del Este del país, que recientemente fueron reconocidas por la Federación de Rusia como países independientes: Lugansk y Donetsk. Lo cierto es que ni los sucesivos gobiernos de Ucrania, desde entonces, ni reconocieron al fait accompli de la anexión rusa de Crimea, en donde se halla el puerto militar de Sebastopol, ni tampoco se han sentado a negociar seriamente en el contexto de los acuerdos de Minsk I y II, celebrados en la capital de Bielorrusia. Esta situación, no obstante, no es inusual en el espacio geográfico de la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, ya que en 2008, por la invasión rusa a Georgia, se crearon las llamadas repúblicas de Abjasia y Osetia del Sur, sólo reconocidas por el Kremlin. Otra situación de una escisión territorial en la de Transnistria o Transdniester, entre Moldavia y Ucrania, también sostenida por el gobierno del presidente Vladímir Putin. Asimismo, el gobierno de Rusia se adjudica la defensa de los rusoparlantes fuera de su territorio, que se encuentran en Asia Central, los países bálticos y, obviamente, en la invadida Ucrania. En este sentido, se puede hallar un paralelismo con la distinción que se hacía en la Alemania nazi entre los Reichsdeutschen -los alemanes que vivían en el Reich alemán- y los Volksdeutschen -los alemanes que vivían fuera del Reich y que debían ser "defendidos" de entornos supuestamente hostiles. La diferencia es que el nacionalsocialismo tenía como uno de sus ejes ideológicos al llamado Lebensraum, "espacio vital", al que consideraban como un lugar geográfico que les correspondía por su superioridad racial biológica, una cuestión que no plantea Vladímir Putin ni su entorno. A mi juicio, el enfoque es otro, y que procuraré desarrollar con detenimiento.

El Imperio Ruso se fue expandiendo a partir del Ducado de Moscovia hacia los cuatro puntos cardinales, tras liberarse del yugo mongol. Esta expansión estaba animada, también, con la concepción que de sí misma tenía la familia reinante, de ser la heredera del Imperio Bizantino o, más exactamente, el Imperio Romano de Oriente, caídos sus últimos restos en 1453 en manos otomanas. Adoptaron la simbología imperial bizantina, como el águila bicéfala que mira a Oriente y Occidente, y se vieron a sí mismos como la "tercera Roma", cuya misión providencial era la cristianización del mundo. Todo esto forma parte del universo simbólico en el que se formaron varias generaciones, y que incluso la URSS conservó algunos aspectos esenciales, reemplazando al cristianismo ortodoxo por el marxismo-leninismo como discurso legitimador de carácter metafísico y pseudo racional.

Los rusos avanzaron hacia el Oriente, llegando hasta Alaska y ocupándola. Fue una conquista no estatal del espacio, ya que fue emprendida por cazadores que buscaban animales por sus pieles y, en su depredación, debían seguir hacia el Este para encontrar nuevas y abundantes piezas. Detrás, y con extrema cautela evitando el contacto con pueblos aguerridos como los mongoles, chinos y manchúes, los siguieron soldados y funcionarios, que anexaron tierras de lo que genéricamente conocemos como Siberia. En tiempos de la zarina Catalina la Grande, a fines del siglo XVIII, se llegó a conquistar la costa septentrional del Mar Negro, otrora en manos del Imperio Otomano, e incluso se construyó Sebastopol como base naval en la península de Crimea, mirando hacia Estambul y los estrechos del Bósforo y de los Dardanelos, que conectan a los mares Egeo y Mediterráneo. 

De este modo, y en el transcurso de dos siglos, Rusia llegó a ocupar una superficie mayor a la de Plutón, en kilómetros cuadrados. Esto supone, paradojalmente, una fortaleza y una debilidad, porque le brinda profundidad estratégica, pero a su vez lo expone en largas fronteras en un país escasamente poblado, ya que hoy tiene menos de 150 millones de habitantes. Rusia es, en términos de superficie, un país más asiático que europeo, más allá de que sea una convención la separación entre ambos continentes. Al Este de los Urales, está escasamente poblado y la frontera natural de los ríos Ussuri y Amur es cuestionada por la historiografía china, y fue un límite en el que hubo enfrentamientos armados en el decenio de 1960 entre la URSS y la República Popular China, aun siendo los dos regímenes comunistas. 

A mi juicio, hay líneas de continuidad en la concepción de lo que es el espacio geográfico y demográfico ruso que viene desde el zarismo, continuó en la Unión Soviética, y se prolongó en la Rusia post-soviética de Vladímir Putin. Los humanos vivimos en un universo simbólico, que nos brinda una cartografía en la cual nos movemos y le da sentido a la vida. Esta concepción de la geografía, la misión providencial y de percibir en los vecinos un entorno hostil, ha nutrido gran parte de la historia rusa, hasta transformarlo en una suerte de destino inexorable y hasta fatal. Ya Alexis de Tocqueville había advertido, en su obra La democracia en América, la propensión del zarismo por el uso de la espada, y cómo entraría en colisión con los Estados Unidos, en una fecha tan temprana como lo fue en 1835. 

Pero al igual que ocurrió con la URSS, la Rusia post-soviética no tiene la musculatura económica para sostener una guerra prolongada. La Unión Soviética, con su sistema de planificación central de la economía, completamente estatal, fue en extremo ineficiente y ello llevó a que en los años 1970s y, sobre todo, 1980s, se hiciera tan evidente la brecha tecnológica con los países de las democracias liberales y economías de mercado. Ese fue el talón de Aquiles que durante la primera presidencia de Ronald Reagan se atacó al incrementar la carrera armamentista y el diseño de la Iniciativa de Defensa Estratégica. Pero el desplome de la URSS generó una situación de perplejidad para el ciudadano soviético de la calle, tal como le ocurrió al alemán corriente en 1918: ¿por qué se perdió una guerra, cómo es que se perdió el status de superpotencia, si el país no fue derrotado en una guerra convencional y con ocupación del territorio? Esta sensación de profunda decepción e incomprensión es lo que han alimentado demagogos ultranacionalistas dentro de Rusia, al tiempo que se observaba cómo las "repúblicas soviéticas" se emancipaban en 1991. Renació la lógica imperial -en rigor, se había transformado en la narrativa soviética- que considera a Ucrania, Bielorrusia, el Cáucaso y Asia Central como parte de su espacio, independientemente de lo que quieran sus habitantes. 

Vladímir Putin vive y se desplaza dentro del universo simbólico que tienen los rusos desde hace siglos, y lo utiliza a su provecho y el de la nueva Nomenklatura que se enriqueció en los últimos treinta años. Con un PBI menor al de Corea del Sur, pero con el segundo arsenal atómico en el mundo, busca tener un lugar preponderante en la política internacional, mientras se va delineando una confrontación de un entramado más denso, como es de la segunda guerra fría entre las democracias liberales y la República Popular China. A lo largo de veinte años, Putin ha desplegado en Europa occidental y en América del Norte un aparato de comunicación, redes sociales y patronazgo de movimientos políticos -ultranacionalistas, separatistas, independentistas, de izquierda: antisistema- a fin de cuestionar los sistemas políticos y, en particular, los liderazgos. Pero esa inversión se le está esfumando rápidamente, a medida que continúe con los bombardeos, ataques a civiles, dos millones de refugiados y el asombroso vigor de la resistencia en Ucrania frente al ejército ruso.

Hasta el momento, se está evitando que la guerra se propague más allá de las fronteras de Ucrania, porque de otro modo desataría una conflagración planetaria, con un efecto dominó que arrastraría a muchos países más allá de Europa y el Cercano Oriente. Si bien Vladímir Putin ha esgrimido y recordado en varias oportunidades que tiene armas atómicas -lo que es bastante conocido-, exhibe la debilidad del bully que vive de amenazas y bravuconadas. Son tiempos sombríos que exigen templanza, entereza y conocimiento para tomar las decisiones acertadas.

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