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Macron, Le Pen y después.


El universo democrático, en particular el europeo, respira aliviado con la victoria de Emmanuel Macron sobre la ultranacionalista Marine Le Pen en el ballottage del domingo 7 de mayo. 
Una vez más, aunque esta vez por un margen menor que el de 2002 de Jacques Chirac frente a Jean Marie Le Pen, el espectro del Frente Nacional ha quedado eliminado por los próximos cinco años de acceder a la presidencia de la República Francesa. Pero esta naturalización del Frente Nacional en la política gala no es sana: junto a los votos que recogió Jean Luc Mélenchon, un 40% de los ciudadanos franceses se ha volcado por fuerzas políticas que se alimentan de los extremos ideológicos. Marine Le Pen es consciente de que su intento de "desdemonización" de su apellido y del partido que encabeza no ha alcanzado sus objetivos, al quedar por debajo del 40% de los sufragios que se había propuesto sumar en esta segunda vuelta. Su techo es más alto que el de su padre, pero aun así no es suficiente para arribar a la primera magistratura del país. Es por ello que, en la misma noche en la que reconocía la victoria de Macron, llamaba a refundar su movimiento político. ¿Alcanzará un cambio de nombre y estilo? Difícilmente, ya que su trayectoria es inocultable y, por otro lado, puede significar el resquebrajamiento de su partido. Ya intentó darle una lavada de cara al crear la coalición Rassemblement Bleu Marine (RBM) en 2012, sin mucho éxito. La otra figura descollante del Frente Nacional es la sobrina de Marine y nieta de Jean Marie Le Pen, diputada del FN Marion Maréchal-Le Pen, de la circunscripción de Vaucluse, sur de Francia, región donde se halla uno de los núcleos fuertes del ultranacionalismo galo y donde el partido ha conseguido sus dos curules legislativos. La familia Le Pen no ha logrado traducir el porcentaje que obtiene en las elecciones presidenciales en bancas parlamentarias, ya que el sistema electoral de circunscripciones uninominales con doble vuelta es una valla poderosa para impedir el acceso de partidos anti-sistema a la Asamblea Nacional. El 11 y 18 de junio se celebrarán los comicios para la cámara de diputados (Asamblea Nacional), oportunidad en la que competirá por primera vez el partido del presidente electo Emmanuel Macron En Marche!, frente a los conservadores y socialistas. Lo que ha ocurrido, hasta la última elección parlamentaria del 2012, es que los partidos democráticos tradicionales se unieron en torno al candidato más votado para evitar el triunfo del Frente Nacional en las segundas vueltas. Ahora se suma el novedoso partido de Macron a esta estrategia de los llamados "frentes republicanos". Muy diferente ha sido la suerte del Frente Nacional en las elecciones para el Parlamento Europeo, ya que en estos comicios cada país es un solo distrito electoral y por elección proporcional, de allí que 24 de los 74 diputados que representan a Francia en Estrasburgo. 
Esta importancia numérica de los votantes por los partidos de los extremos ideológicos es un desafío para la estabilidad de los sistemas democráticos, sobre todo en tiempos de crisis para la Unión Europea. Aupados a la crítica despiadada al proceso de integración europea, apelan constantemente a las emociones negativas contra la modernidad, la globalización, la inmigración, la diversidad, la economía de mercado y la búsqueda de consensos fundamentales que nutre a las democracias liberales. 
El triunfo de Emmanuel Macron supone, también, un freno a la influencia creciente del presidente ruso Vladímir Putin, que viene sosteniendo a los partidos euroescépticos con recursos. En 2014, el Frente Nacional obtuvo un importante préstamo de un banco ruso de nueve millones de dólares, con el guiño de Putin, poco tiempo después de que Rusia anexara la península de Crimea. Esta sintonía ideológica de los Le Pen con el régimen de Putin se tradujo en un fuerte apoyo a la política exterior rusa en Europa y Medio Oriente, distanciándose de las posturas de la Unión Europea y los Estados Unidos.
Es, pues, vital que el nuevo presidente francés pueda formar un gobierno estable -seguramente de coalición con alguno de los dos grandes partidos tradicionales tras las elecciones de junio- que pueda despertar de nuevo la confianza y el entusiasmo en las instituciones representativas y en la UE. De otro modo, tras este quinquenio las fuerzas extremas seguirán carcomiendo a las fuerzas del centro político, núcleo esencial de la vida democrática.

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