Lunes 15 de mayo de 2017: Emmanuel Macron viajó a Berlín para reunirse con la canciller Angela Merkel, en su primer día en la primera magistratura. Es evidente que el presidente galo conoce bien el lenguaje de lo simbólico, al exponer su deseo de que el eje París-Berlín se afiance en medio de tantos terremotos para la Unión Europea. Se remontan a la alianza entre De Gaulle y Konrad Adenauer después de la segunda guerra mundial, como señal de los nuevos tiempos que nacían tras dos conflagraciones de alcance planetario. Y si sumamos la guerra franco-prusiana de 1870, fueron tres los conflictos armados entre ambas naciones en menos de una centuria. Viejos y exhaustos rivales, alemanes y franceses tomaron conciencia de los horrores de la guerra, de las heridas que nunca terminaban de cerrar, y de que el centro político y económico se desplazaba hacia otros países que emergían victoriosos de las cenizas de 1945: los Estados Unidos, al otro lado del Atlántico, y la Unión Soviética, el baluarte del marxismo-leninismo que manejaba Stalin con su implacable mano de hierro. Y a pesar de las diferencias ideológicas de los mandatarios alemanes y franceses, ese eje se mantuvo vivo con François Mitterrand (socialista) y Helmut Kohl (demócrata cristiano), y más recientemente con Jacques Chirac (conservador gaullista) y Gerhard Schröder (socialdemócrata).
De allí la importancia crucial y trascendente de construir lo que hoy es la Unión Europea, a partir de procesos de integración que buscaban derribar las fronteras de la desconfianza y del recuerdo más doloroso. La República Federal Alemana es el motor económico; la República Francesa es el motor político y diplomático, además de ser uno de los grandes países desarrollados. El triunfo de Emmanuel Macron pudo aventar el peligro de un quinquenio ultranacionalista y populista en París; la canciller Merkel, que buscará su cuarto mandato en septiembre de este año, se ha transformado en la referente ineludible de la UE frente a la crisis económica europea, el Brexit, del ascenso económico y político de la República Popular China, de las presiones de Vladimir Putin y los aires proteccionistas que ventila el presidente Trump.
Angela Merkel ha encabezado dos de los tres gobiernos de "gran coalición" en la historia de la República Federal Alemana, conformados por la CDU (Unión Demócrata Cristiana) y el SPD (Partido Socialdemócrata), poniendo en evidencia su capacidad de liderazgo y flexibilidad. Cuando muchos se mostraban entusiastas del candidato socialdemócrata Martin Schulz para estos comicios, que ganaba terreno en las encuestas, la CDU logró en el último mes apoderarse de dos regiones hasta hoy administradas por el SPD: Schleswig-Holstein y Nordrhein-Westphalen, dos señales de espaldarazo a la canciller. Estos comicios marcan, también, el repunte de un aliado tradicional para la CDU a nivel nacional, como el partido liberal FDP, que en 2013 quedó fuera del Bundestag (cámara baja del parlamento germano) al no alcanzar el 5% mínimo de sufragios emitidos. Es muy probable, entonces, que en septiembre la CDU de Angela Merkel gane los comicios y que pueda gobernar en coalición con el FDP, su aliado natural, y la Unión Social Cristiana (CSU) de la región de Baviera, el gemelo meridional de la CDU. La fuerza populista euroescéptica y antiinmigrante que surgió con fuerza en estos años, la Alternativa para Alemania (AfD, Alternative für Deutschland), ha logrado ingresar a varios parlamentos regionales, y probablemente logre alcanzar el 5% nacional para ingresar al Bundestag. No obstante, está perdiendo el impulso inicial. Merkel, por consiguiente, no tiene frente a sí un desafío euroescéptico de la envergadura del Frente Nacional de la familia Le Pen. El SPD es un partido europeísta y su candidato a canciller, Martin Schulz, fue presidente del Parlamento Europeo. Los partidos alemanes que son críticos de la UE, la AfD y Die Linke ("La Izquierda", formada por los antiguos comunistas de la desaparecida Alemania oriental y el desgajo más a la izquierda de Oskar Lafontaine del SPD), no son rivales significativos y se ubican en los extremos del espectro ideológico. Cabe suponer, pues, que el próximo gobierno de coalición de Merkel será de centro-derecha hasta el 2021.
El presidente Macron, que nombró como primer ministro al conservador Édouard Philippe, del partido Los Republicanos, da una señal de que quiere orientar a su quinquenio hacia las reformas que hagan económicamente competitiva a Francia. Con un enorme peso del Estado en la economía gala, el sector público tiene un porcentaje de empleados muy superior al promedio de los países de la OCDE, triplicando el de la República Federal Alemana. Emmanuel Macron tiene como objetivo dar un oxígeno liberalizador a la economía y la sociedad, desmontando el estatismo intervencionista que le resta dinamismo a los franceses. De allí, entonces, que busque un gobierno en el que sume a los conservadores y a los sectores más centristas del Partido Socialista, con miras a tener una sólida mayoría parlamentaria en las elecciones legislativas del 11 y 18 de junio.
Si ambos líderes logran consolidarse, trabajar a la par y poner en marcha las reformas necesarias e ineludibles, la Unión Europea podrá ser un actor global frente a los desafíos internacionales que golpean a sus puertas, y devolver el entusiasmo al proyecto de la integración continental.
Otras lecturas recomendadas:
Merkel Gaining Political Momentum in Run-up to September 24 Election, por Jeffrey Rathke (CSIS).
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