Por Ricardo
López Göttig
El régimen
absolutista de Arabia Saudí se halla contra las cuerdas por la desaparición del
periodista Jamal Khashoggi, quien fue a realizar un trámite en el consulado de
ese país en Ankara, Turquía. Las versiones que circulan son del género
cinematográfico más tenebroso: no sólo sostienen que fue asesinado en esa sede
diplomática, sino que además habría sido descuartizado. Jamal Khashoggi, de
nacionalidad árabe y periodista exiliado en Estados Unidos, escribe para el
Washington Post y se convirtió en una destacada voz disidente.
Siendo
Arabia Saudí y Turquía aliados de Estados Unidos y de los países occidentales,
en mayor o menor grado, las repercusiones de esta desaparición –si se confirma
el hecho-, pone a las democracias liberales ante un problema de extrema
gravedad. Asimismo, arroja sombras de duda sobre la autenticidad del proceso de
reformas del príncipe heredero Muhammad bin Salman, que está derogando algunas
de las costumbres más opresivas del reino del desierto. El presidente Donald
Trump ha salido en defensa del aliado, sosteniendo que debe presumirse la
inocencia. No obstante, si se hubiera tratado de otro país, el escepticismo
habría sido la regla; pero tratándose de Arabia Saudí, no despertó mayor
asombro.
Quizás se
opte por dejar que el hecho vaya quedando sepultado bajo los escombros del
olvido, tapado por una avalancha de información de otras noticias. Pero el
régimen saudí, un absolutismo familiar, quedará envuelto en las tinieblas por
la brutalidad con la que trata a las expresiones disidentes, sembrando dudas
sobre su vocación de modernizarse y abrirse al mundo.
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