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Elecciones británicas y francesas.


El jueves 8 de junio se celebraron elecciones anticipadas en el Reino Unido, por convocatoria de la primera ministra Theresa May, con el objetivo de ampliar la mayoría conservadora en el Parlamento. Falló. La mayoría obtenida en 2015, con David Cameron, se redujo a ser la primera minoría en la Cámara de los Comunes, por lo que deberá recurrir a los votos del Partido Unionista del Ulster, de Irlanda del Norte, para alcanzar el número necesario de 326 escaños. Severo traspié para Theresa May, quien asumió como primera ministro tras la renuncia de Cameron, al triunfar la opción de la salida del Reino Unido de la Unión Europea en 2016, más conocido como Brexit. En el régimen parlamentario británico, el primer ministro es el presidente del partido mayoritario -o, como en este caso, de la primera minoría a la que la Reina le otorgue el mandato de formar gobierno-. Al renunciar Cameron, se realizó una elección en la bancada conservadora para elegir a su sucesor, y Theresa May ganó frente a Andrea Leadsom y Michael Gove. 
May apostó a negociar desde una postura de dureza frente a la Unión Europea, que no le hace fácil la salida, lo que es una señal fuerte hacia quienes sueñen con hacer lo mismo en el futuro. Por otro lado, Theresa May buscaba un mandato claro que le permitiera gobernar durante un quinquenio en medio de las turbulencias del Brexit, que tendrá un alto costo económico para los ciudadanos. La paradoja es que este resultado electoral agrega incertidumbre al Reino Unido por los próximos años. La alternativa laborista de Jeremy Corbyn, un líder muy cuestionado por su propia bancada pero que recibe el apoyo entusiasta de sus militantes, está muy corrido a la izquierda y rompió con la política amigable a la economía de mercado de Tony Blair, el político que llevó a la victoria a su partido en 1997 después de dieciocho años en la oposición. No obstante, es difícil predecir si Corbyn alcanzó su propio techo, o si bien este corrimiento a la izquierda del laborismo será la tónica imperante de los próximos años.
El Scottish National Party (SNP), que impulsa la independencia escocesa, ha retrocedido en escaños en Westminster, en tanto que los Liberal Demócratas apenas han subido, tras la debacle de 2015, a pesar de su discurso europeísta con el afán de sumar las voluntades de quienes se opusieron al Brexit en 2016. Este tercer partido, resultado de la fusión del viejo Partido Liberal (whig) con el Partido Socialdemócrata en 1988 -escisión del laborismo-, sigue pagando los costos de su coalición con David Cameron en 2010-2015. El UKIP, el gran impulsor del Brexit, ha quedado en la irrelevancia al recoger un magro 1,8% a nivel nacional, sin bancas en la Cámara de los Comunes.
Tres días después, el domingo 11 de junio, Francia fue nuevamente escenario electoral, esta vez de renovación de la Asamblea Nacional, la cámara baja del parlamento galo. Estos comicios tienen doble vuelta, y los diputados son elegidos en circunscripciones uninominales, debiendo alcanzar el 50% en la primera ronda, o la mayoría simple en la segunda, del domingo 18 de junio. El tsunami de Emmanuel Macron llegó a las urnas parlamentarias, ya que su nuevo partido La République en Marche (LREM) estaría obteniendo una arrolladora mayoría de 400 bancas, de un total de 577. Esto le permitiría gobernar sin la necesidad de formar coalición con alguno de los dos partidos tradicionales de la Francia de posguerra, a saber, el Partido Socialista (PS) o los conservadores neogaullistas (Los Republicanos, LR). La formación conservadora quedará como principal fuerza de oposición, aunque con una voz reducida, en torno al centenar de escaños. Los otros partidos, juntarán apenas puñados de decenas, o el Frente Nacional de Le Pen, menos de diez curules. Esta vertiginosa reconfiguración del sistema de partidos de la democracia francesa le da aire al presidente Macron para emprender las reformas necesarias de modernización y flexibilización de la economía, en una sociedad tan acostumbrada al estatismo y las regulaciones que la han hecho rígida y poco competitiva. 
En ambos países, el sistema de circunscripciones uninominales -en Europa conocido como sistema mayoritario- pone en evidencia, una vez más, cómo distorsiona los resultados, brindando una supremacía artificial de bancas al partido más votado.
Estos dos procesos electorales testimonian los cambios profundos que se están operando en las democracias occidentales, que hacen temblar los cimientos de los partidos tradicionales. Los líderes de estas formaciones no están haciendo la lectura certera de los acontecimientos, envueltos en la vorágine, y pretenden refugiarse en lo conocido, sin advertir que corren riesgo de extinción. Los franceses, si bien hay una abstención mayoritaria, se han volcado por una alternativa de centro, alejada del populismo. Los británicos, en cambio, se adentraron por un camino de incertidumbre hacia la soledad, mientras debaten su propia identidad por las tendencias centrífugas de escoceses, norirlandeses y galeses.


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