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Desde Bielorrusia sin amor.


 Por Ricardo López Göttig


Tras la elección presidencial del 9 agosto de 2020, en la que Alexander Lukashenko se proclamó ganador con el 78% de los votos a su favor, las fuerzas opositoras cuestionan la legitimidad y transparencia de ese proceso comicial. Desde entonces, durante diez semanas cada domingo ha habido manifestaciones en las calles de Minsk para expresar el rechazo al sexto período de Lukashenko en la primera magistratura, a la vez que ya son varios los gobiernos europeos y los organismos internacionales los que se han sumado al cuestionamiento de esta reelección.

En el poder desde 1994 en forma ininterrumpida, fue tejiendo una alianza con los presidentes de Rusia, siendo hoy su principal sostén Vladímir Putin. El primer magistrado ruso ha venido jugando con la idea de intervenir con fuerzas militares en Bielorrusia desde agosto, con la aplicación de una suerte de "Doctrina Brezhnev" para evitar que en el vecino país colapse el régimen de Lukashenko y esto lleve, tal como pasó en Ucrania en 2014, a una nueva convocatoria a comicios generales que desplacen a su aliado. Hace años ya que ambos países vienen conversando sobre la integración de Bielorrusia a la Federación Rusa, una cuestión que Lukashenko utiliza para que el gobierno de Putin se mantenga próximo, pero a la vez lo posterga para mantener un margen significativo de poder interno. Esta unión de estados está en el interés de Vladímir Putin, porque reforzaría su narrativa como líder del mundo eslavo y el fervor nacionalista interno, tal como ocurrió con la anexión de la península de Crimea en 2014, a expensas de Ucrania. 

El presidente Putin se ha encontrado, en este año 2020, con inestabilidades en su área de influencia rusa, en países que fueron parte de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas hasta 1991: Bielorrusia, el conflicto entre Armenia y Azerbaiyán, y Kirguistán. Si bien las situaciones son diferentes en cada escenario, no dejan de poner en evidencia que hay temblores en el espacio post-soviético, acelerados por la pandemia del Covid-19. 

El domingo 11 de octubre, la nueva manifestación opositora a Lukashenko en Minsk fue severamente reprimida ya que, por un lado, el mandatario busca demostrar que está en control de la situación ya sea mirando hacia su frente interno, como hacia su aliado Putin. Desde el 12 al 16 de octubre, se realizarán en territorio bielorruso los ejercicios militares de Hermandad Inquebrantable, de la Organización del Tratado para la Seguridad Colectiva -integrada por Rusia, Bielorrusia, Armenia, Kirguistán, Turkmenistán, Tadjikistán y Kazajstán-. Desde septiembre hay en Bielorrusia efectivos rusos de tres divisiones aerotransportadas, que ingresaron bajo el paraguas de los ejercicios de la "Hermandad Eslava", que forman ambos países junto a Serbia. Si bien el presidente Putin enfatiza que sólo intervendrá militarmente si hay despliegue de fuerzas de la OTAN -desde Polonia y Lituania-, lo cierto es que ya hay presencia de tropas rusas en Bielorrusia, anticipando lo que podría ser una injerencia a gran escala si la situación de Lukashenko se deteriora aceleradamente.

El margen de maniobra de Lukashenko se estrecha rápidamente, e intenta procrastinar el proyecto de fusión de Bielorrusia a Rusia, al mismo tiempo que busca dividir a la oposición, prometiendo vagas reformas constitucionales. Como un equilibrista, se mueve en una cuerda cada vez más floja y delgada, intentando mantenerse a pie todo el tiempo que le resulte posible.

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