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Cataluña y la expansión de Ciudadanos


Por Ricardo López Göttig

Tras el tembladeral del intento de independencia de la región de Cataluña, las recientes elecciones autonómicas del 21 de diciembre arrojaron un empate entre los dos grandes bloques: los secesionistas obtuvieron la mayoría de las bancas del parlamento, pero en votos ganó el bloque constitucional, partidario de la unidad de España. Lo notable de esta jornada electoral es que Ciudadanos (C's) fue el partido más votado por los catalanes, cuya lista fue encabezada por Inés Arrimadas, una candidata nacida en Andalucía. Los candidatos secesionistas hicieron lo posible por victimizarse, a pesar de que recibieron todo tipo de señales de que andaban por el derrotero equivocado, sobre todo cuando el Tribunal Constitucional declaró ilegal el plebiscito por la independencia. Y a pesar de ello, la no muy convencida votación por la separación de España y la proclamación de la República Catalana en el parlamento regional desembocó en lo inevitable: la intervención del gobierno nacional y la convocatoria inmediata a comicios regionales, de acuerdo a lo pactado por los tres grandes partidos constitucionales, a saber: el Partido Popular (PP, gobierno), Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y Ciudadanos (C's). El depuesto presidente del gobierno catalán hizo campaña desde Bruselas, capital del Reino de Bélgica; Oriol Junqueras, de Esquerra Republicana, desde la prisión. De los tres partidos constitucionales, fue Ciudadanos el que logró reunir más sufragios en defensa de mantener la unidad española. Es un partido que nació precisamente en Cataluña para defender la unidad, en 2006, anticipándose a la descomposición hacia la que iban empujando los nacionalistas con creciente vehemencia. 
Bajo el liderazgo de Albert Rivera, el político mejor conceptuado en España, Ciudadanos salió de Cataluña y se expandió por la península, llegando a competir en dos elecciones generales, en 2015 y 2016. En diciembre de 2015, siendo el cuarto partido en sufragios y en bancas, apoyó la nominación del socialista Pedro Sánchez a la presidencia del gobierno español, pero la coalición PSOE-Cs no logró la mayoría necesaria, debiendo convocarse a nuevos comicios a mediados del 2016. En esta segunda oportunidad, Ciudadanos se mantuvo en la cuarta posición, con un retroceso en votos y escaños, saliendo fortalecido el Partido Popular. El PP liderado por Mariano Rajoy, sumando a Ciudadanos y a la Coalición Canaria, más la abstención del PSOE en el hemiciclo, pudo formar gobierno y salir del estancamiento institucional. En ambos casos, el partido Ciudadanos asumió el rol de la responsabilidad y fue bisagra para la formación del gobierno, aunque sin asumir posiciones en la función pública. De este modo, exhibió su vocación de contribuir a la estabilidad institucional, pero manteniendo la flexibilidad de seguir ocupando el espacio de la oposición. Muy diferente, pues, de la actitud confrontativa del populista Podemos, que se nutre del cuestionamiento sistemático del orden constitucional español nacido de la transición democrática.
Ciudadanos hizo una campaña clara en defensa de la legitimidad histórica, política y jurídica de España, oponiéndose a la secesión. Así, sin dobleces ni ambigüedades en tiempos en que prima lo superficial sobre la sustancia, logró sumar voluntades que debilitaron al Partido Popular en Cataluña. Esto es parte de la explicación, pero no toda: Ciudadanos está demostrando su capacidad de ganar comicios, aun cuando en esta oportunidad la cantidad de bancas no le alcance para formar gobierno. Para el Partido Popular, tan desgastado por los años en el poder y tan cuestionado por varios casos de corrupción, ve con creciente preocupación que esta formación liberal pueda arrebatarle la primacía en el terreno de la centro-derecha. Así como al PSOE -y a la Izquierda Unida- le apareció un rival como Podemos que le sustrajo una parte importante del electorado, al Partido Popular le está ocurriendo lo mismo con Ciudadanos. De allí, pues, que los líderes del PP estén viendo con preocupación las elecciones municipales y autonómicas del 2019, que pueden marcar un quiebre del electorado tradicional y que se vuelque hacia el partido liberal, mucho más moderno y dinámico -y sin fantasmas de corrupción-.
Por un lado, las elecciones autonómicas en Cataluña no han logrado resolver el gran problema del independentismo, aunque quedó en evidencia que sus partidarios no son la mayoría. Por el otro, plantea un dilema existencial al Partido Popular, que ahora ve asomarse con fuerza un rival que le puede disputar un espacio que, hasta ahora, parecía inexpugnable.

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